Pero cuando llegó la 127ª noche
Ella dijo:
Y al verme en aquella extrema palidez y debilidad, lloró más todavía. Entonces me asaltó el recuerdo de mi pobre y dulce Aziza, muerta de pena por mi culpa, y la eché de menos por primera vez, vertiendo por ella lágrimas de desesperación y arrepentimiento. Y cuando me hube calmado un momento, me dijo mi madre con los ojos llenos de llanto: "¡Oh, pobre hijo mío! las desdichas habitan nuestra casa, porque has de saber lo peor que podías saber: ¡tu padre ha muerto!" Al oírlo, se me atravesaron los sollozos en la garganta, quedé inmóvil, y caí después al suelo, y así estuve durante toda la noche.
Por la mañana me obligó a levantarme mi madre, y se sentó a mi lado. Pero yo estaba como clavado en mi sitio, mirando el rincón donde acostumbraba sentarse mi pobre Aziza, y las lágrimas me corrían silenciosas por las mejillas. Y mi madre me dijo: "¡Ah hijo mío! ya hace diez días que estoy sola en esta casa vacía y sin dueño; diez días hace que tu padre murió en la misericordia de Alah".
Y yo dije: "¡Oh madre! en estos momentos estoy dominado completamente por el recuerdo de mi pobre Aziza, y no podría consagrar mi dolor a otra memoria que la suya. ¡Pobre Aziza! ¡Tan abandonada por mí, tú que me querías de veras! ¡Perdona a este miserable que te atormentó, y que está excesivamente castigado por sus culpas y traiciones!"
Ahora bien; mi madre notaba lo profundo y verdadero de mi dolor, pero seguía callando. Por lo pronto, se apresuró a curarme las heridas y a traerme con qué recuperar las fuerzas. Después de estos cuidados, siguió prodigándome sus ternuras y velaba a mi lado, diciéndome: "¡Bendito sea Alah, ¡oh hijo mío! porque no te han sobrevenido peores calamidades, y has salvado la vida!" Y así hasta que estuve completamente restablecido, aunque seguía enfermo del alma y atormentado por los recuerdos.
Un día, después de comer, mi madre vino a sentarse a mi lado, y me dijo: "¡Oh hijo mío! creo que ha llegado la ocasión de entregarte el recuerdo que me confió la pobre Aziza antes de morir, pues me encargó que no te lo diese hasta que te condolieses por ella y hubieras abandonado definitivamente los malos lazos que te sujetaban". En seguida abrió un cofrecillo y sacó de un paquete esa tela preciosa en que está bordada la segunda gacela que tienes delante de los ojos, ¡oh príncipe Diadema! Y mira los versos que se entrelazan en las orillas:
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- ¡Llenaste mi corazón de tu deseo para sentarte encima y triturarlo; acostumbraste mis ojos a velar, y en cambio tú dormías!
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- ¡Ante mi vista y ante los latidos de mi corazón, tuviste sueños extraños a mi amor, cuando mi corazón y mis ojos se derretían de deseo por ti!
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- ¡Por Alah! hermanas mías, cuando me haya muerto, escribid en el mármol de mi tumba:
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- "¡Oh tú que marchas por el camino de Alah! ¡He aquí la tierra en que descansa por fin una esclava de amor!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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