Pero cuando llegó la 123ª noche
Ella dijo:
Efectivamente, cuando estaba en medio del corredor, la joven me tiró al suelo muy diestramente, dándome una zancadilla, y en seguida se tendió a lo largo encima de mí, apretándome entre sus brazos hasta ahogarme. Y yo creí que me quería matar y que así me impedía que gritase.
¡Pero no había nada de eso!
La joven, después de varios movimientos, se sentó sobre mi vientre, y empezó a frotarme furiosamente con la mano. Y tanto friccionó, y tanto tiempo, y de manera tan extraordinaria, que perdí el sentido y cerré los ojos como un idiota. Entonces la joven se puso de pie, me ayudó a levantarme, me cogió de la mano, y seguida de su madre me hizo atravesar siete corredores y siete galerías, llevándome a su aposento. Y yo la seguía como un hombre borracho, a consecuencia del efecto que me habían producido sus dedos terriblemente expertos.
Entonces me mandó sentar, y me dijo: "¡Abre los ojos!" Y yo abrí los ojos, y me vi en una sala inmensa alumbrada por cuatro grandes arcadas con cristales, y tan amplia era, que habría podido servir de palenque para justas de jinetes. Estaba toda pavimentada de mármol, y las paredes aparecían cubiertas de chapas de colores muy vivos formando dibujos finísimos. Sus muebles eran de una forma muy agradable y realzados con brocado y terciopelo, lo mismo que los divanes y cojines. En el testero había una amplia alcoba, con una gran cama toda de oro, incrustada de perlas y pedrería, verdaderamente digna de un rey como tú, príncipe Diadema.
Entonces la joven me llamó por mi nombre, con gran asombro mío, y me dijo: "¡Oh Aziz! ¿Qué prefieres, la muerte o la vida?" Y dije: "¡La vida!" Y ella repuso: "Desde el momento que es así, debes tomarme por esposa".
Yo exclamé: "¡No, por Alah! ¡Antes que casarme con una libertina de tu índole prefiero la muerte!" Y ella dijo: "¡Oh Aziz, créeme! ¡Cásate conmigo, y así te desharás de la hija de Dalila la Taimada!" Y yo pregunté: "¿Pero quién es esa hija de Dalila la Taimada? No conozco a nadie que se llame así". Entonces ella se echó a reír, y me dijo: "¿No conoces a la hija de Dalila la Taimada, y hace un año y cuatro meses que es tu amante? ¡Pobre Aziz! ¡Teme las perfidias de esa miserable, a quien confunda Alah! ¡No hay en la tierra alma más corrompida que la suya! ¡No sabes cuántas víctimas han muerto por su propia mano! ¡Cuántos crímenes ha cometido contra sus numerosos amantes! ¡Estoy asombrada de que estés aún sano y salvo, conociéndola tanto tiempo!
Al oír estas palabras llegué al límite de la estupefacción, y dije: "¡Oh señora mía! ¿Podrías explicarme cómo has conocido a esa persona, y todos esos detalles que yo ignoro?"
Ella contestó: "¡La conozco como el Destino conoce sus decisiones y las calamidades que encierra! Pero antes de explicarme, deseo saber de tus labios el relato de tu aventura con ella. Porque te repito que aun estoy asombrada de que hayas salido vivo de entre sus manos".
Entonces le conté a la joven todo lo que me había ocurrido con mi enamorada del jardín y con la pobre Aziza, hija de mi tío; y ella, al oír el nombre de Aziza, se compadeció de mi prima, hasta llorar a lágrima viva, y me dijo: "¡Alah te conceda sus beneficios, ¡oh Aziz! ¡Veo claramente que debes tu salvación de entre las manos de esa mujer a la intervención de la pobre Aziza! Ahora que estás libre de ella, guárdate bien de las asechanzas de esa miserable. Pero no puedo revelarte nada más, pues el, secreto nos ata".
Y exclamé: "Pues todo eso es lo que me ha ocurrido con Aziza, y sabe que antes de morir me encargó que diga a mi amada, a la cual llamas la hija de Dalila, estas palabras: "¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!" Apenas acabé de pronunciar estas palabras, exclamó la joven: "¡Oh Aziz! he aquí lo que te ha salvado de una perdición segura. ¡No encontrarás otra mujer como Aziza! ¡Viva o muerta, sigue velando por ti!
Pero dejemos a los muertos, que están en la paz de Alah, y atendamos a lo presente. Sabe que el deseo de que fueras mío me ha obsesionado todas las noches y todos los días, y hasta hoy no he podido echarte mano. ¡Y ya ves que he logrado mi deseo! ¡Pero eres muy joven, y no conoces los recursos de que es capaz una vieja como mi madre! Resígnate, pues, a tu destino, y déjame obrar a mí.
No tendrás más que alabanzas para tu esposa, porque quiero unirme contigo por contrato legítimo ante Alah y su Profeta, ¡sean con él la plegaria y la paz! Y todos tus deseos se verán extremadamente satisfechos entonces: riquezas, buenos tejidos para tu ropa, turbantes inmaculados, todo lo tendrás sin gastar nada; y no te permitiré abrir el bolsillo, porque en mi casa el pan siempre está fresco y la copa siempre está llena. En cambio, sólo te pediré una cosa, ¡oh Aziz!"
Y yo dije: "¿Qué cosa?" Y contestó: "¡Que hagas conmigo lo que hace el gallo!" Y yo, más asombrado, pregunté: "¿Pero qué hace el gallo?"
Al oír mi pregunta, soltó una sonora carcajada, tan fuerte, que se cayó de trasero; y se puso a trepidar de alegría, palmoteando. Después dijo: "¿Es posible que no conozcas el oficio del gallo?" Y yo contesté: "¡No, por Alah! ¡No conozco ese oficio! ¿Cuál es?" Y ella dijo: "¡El oficio del gallo, ¡oh Aziz! es comer, beber y copular!".
Entonces, verdaderamente confuso al oírla hablar así, dije: "¡Por Alah! no sabía que hubiese tal oficio".
Y ella contestó: "Es el mejor de todos los oficios. ¡Conque ánimo! ¡Oh Aziz! ¡Cíñete el cinturón, fortalécete los riñones, y ojalá lo hagas dura y secamente, mucho tiempo!"
Y gritó a su madre: "¡Oh madre! ven enseguida".
Y vi entrar a la madre con cuatro testigos, cada uno de ellos con un candelabro encendido. Avanzaron, y después de las zalemas acostumbradas, se sentaron en corro.
Entonces la joven se echó el velo por la cara, según se acostumbra, y se envolvió en el izar (Velo grande). Y los testigos redactaron el contrato.
Y ella quiso declarar generosamente que había recibido de mí una dote de diez mil dinares por todas las cuentas atrasadas o futuras, y se reconoció mi deudora, sobre su conciencia y ante Alah, de tal cantidad.
Luego dió la acostumbrada gratificación a los testigos, que haciendo zalemas, se fueron por donde habían venido.
Y la madre se eclipsó también.
Y nos quedamos los dos solos, en la gran sala de las cuatro arcadas de cristales.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente hasta el otro día.
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