Pero cuando llegó la 103ª noche
Ella dijo:
Los primeros que llegaron hasta él fueron el visir Dandán y los emires Rustem y Bahramán. Lo levantaron en brazos, y se apresuraron a llevarle a la tienda de su hermano, que había llegado al límite más extremo del dolor y de la indignación, clamando por vengarse. En seguida llamaron a los médicos, y se les confió a Scharkán. Y todos los presentes rompieron en sollozos, y pasaron la noche alrededor de la cama en que estaba tendido el héroe, que seguía desmayado.
Por la mañana llegó el santo asceta, entró donde estaba el herido, leyó sobre su cabeza algunos versículos del Corán y le impuso las manos. Entonces Scharkán exhaló un prolongado suspiro y abrió los ojos.
Sus primeras palabras fueron para dar gracias al Clemente, que le permitía vivir. Después se volvió hacia su hermano Daul'makán, y le dijo: "El maldito me ha herido a traición. Pero gracias a Alah, la herida no es mortal. ¿En dónde está el santo asceta?"
Y Daul'makán dijo: "Helo ahí, a tu cabecera". Entonces Scharkán cogió las manos del asceta y las besó. Y el asceta hizo votos' por su curación, y le dijo: "¡Hijo mío, sufre con paciencia tus males y serás recompensado por el Remunerador! "
Daul'makán, que había salido un momento, volvió a la tienda, besó a su hermano Scharkán y las manos del santo, y dijo: "¡Oh hermano mío! ¡Que Alah te proteja! ¡He aquí que voy a vengarte, pues voy a matar a ese traidor, a ese perro hijo de perro, rey de los rumís".
Y Scharkán quiso detenerle, pero fué en vano. El visir, los dos emires y el chambelán se ofrecieron a ir a matar al traidor, pero ya Daul'makán había saltado sobre su caballo, y gritaba: "¡Por el pozo de Zámzam! ¡Yo solo he de castigar a ese perro!" Y sacó su caballo a mitad del meidán, y al verle se le habría tomado por el mismo Antar en medio de la pelea, cabalgando en su caballo negro, más veloz que el viento y los relámpagos.
Por su parte, el traidor Afridonios había lanzado su caballo al meidán. Y los dos campeones chocaron, buscando uno y otro darse el golpe decisivo, pues la lucha no podía terminar esta vez más que con la muerte. Y la muerte acabó por herir al maldito traidor, pues Daul'makán, cuyas fuerzas centuplicaba el deseo de venganza, después de algunos ataques infructuosos, acabó por alcanzar a su enemigo, y de un solo tajo le hendió la visera, la piel del cuello y la columna vertebral, e hizo volar su cabeza lejos del cuerpo.
Y al verlo los musulmanes se precipitaron como el rayo sobre las filas de los cristianos, e hicieron una matanza, pues hasta la caída de la noche sucumbieron cincuenta mil rumís. Pero los descreídos pudieron volver a favor de las tinieblas a Constantinia, y cerraron las puertas, para que los musulmanes victoriosos no pudiesen penetrar en la ciudad. Y así fué como Alah otorgó la victoria a los guerreros de la fe.
Los musulmanes volvieron entonces a sus tiendas cargados con los despojos de los rumís, y los jefes felicitaron al rey Daul'makán, que dió las gracias al Altísimo por la victoria. Después marchó el rey junto al lecho de su hermano, y le anunció la buena nueva. Y Scharkán sintió que su corazón se desbordaba de alegría, y dijo a su hermano: "Sabe, ¡oh hermano! que la victoria no se debe más que a las oraciones de este santo asceta, que durante la batalla no ha cesado de invocar al cielo y de pedir sus bendiciones para los guerreros creyentes".
Pero la maldita vieja, al saber la muerte del rey Afridonios y la derrota de su ejército, cambió de color; su tez amarilla se puso verde, y el llanto la ahogaba. Sin embargo, consiguió dominarse, y dió a entender que aquellas lágrimas eran causadas por la alegría que le producía la victoria de los musulmanes. Y maquinó la peor de las maquinaciones para abrasar de dolor el corazón de Daul'makán.
Aquel día aplicó, como de costumbre, las pomadas y los ungüentos a las heridas de Scharkán, le curó con el mayor cuidado, y pidió que saliera todo el mundo, para dejarlo dormir tranquilamente. Entonces todos salieron, y dejaron a Scharkán con el miserable asceta.
Cuando Scharkán estuvo completamente sumido en el sueño...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se calló hasta el otro día.
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