Pero cuando llegó la 48ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven dijo a Scharkán, a quien estaba muy lejos de conocer: "Ahora ven conmigo, ¡oh joven extranjero!" Y Scharkán, al oírla, se sintió extraordinariamente mortificado por la enemistad que tenía aquella joven hacia él, el visir Dandán y todos los suyos. Y si sólo hubiese atendido a una mala inspiración, se habría dado a conocer y se habría apoderado de la joven; pero se lo impidieron los deberes de hospitalidad, y sobre todo el hechizo de aquella hermosura, y recitó esta estrofa:
¡Oh joven! ¡Aunque cometieras todos los delitos, ahí está tu belleza para borrarlos y convertirlos en una delicia más!
Y ella atravesó lentamente el puente levadizo, y se dirigió hacia el monasterio. Y Scharkán, que marchaba detrás de ella, veía bajar y subir sus nalgas suntuosas, que se movían como las olas del mar. Y lamentó que el visir Dandán no estuviese también allí para maravillarse con aquel esplendor. Y pensó en estos versos del poeta:
-
- ¡Contempla el encanto de sus caderas plateadas, y verás aparecer ante tus ojos la luna llena!
-
- ¡Mira la redondez de sus nalgas benditas, y verás dos medias lunas unidas en el cielo!
Todo el suelo estaba tapizado con preciosos mosaicos de alegres colores. En medio de la sala se abría el tazón de una fuente con veinticuatro surtidores de oro; y el agua caía musicalmente, con centelleos de metal y de plata. Y en el fondo de la sala había un lecho cubierto de sedas, como sólo existen en los palacios de los reyes.
Y la joven dijo a Scharkán: "Sube a esa cama, ¡oh mi señor! y déjate servir". Y Scharkán subió a la cama, muy dispuesto a dejarse servir. Y la dama salió de la sala, y dejó a Scharkán con las jóvenes esclavas, cuyas frentes estaban coronadas de pedrería.
Pero como la joven tardase en volver, preguntó Scharkán a las esclavas adónde había ido, y éstas le contestaron: "Se ha ido a dormir. Y nosotras estamos aquí para servirte, según mandes". Y Scharkán no supo qué pensar. Pero las muchachas le llevaron toda clase de manjares exquisitos, ofreciéndoselos en amplias bandejas labradas, y Scharkán comió hasta saciarse. Después le presentaron el jarro y la palangana de oro con relieves de plata, y dejó que corriera por sus manos el agua perfumada con rosas y azahar. Pero de pronto comenzó a preocuparle la suerte de sus soldados, a quienes había dejado solos. Y se reconvino por haber olvidado los consejos de su padre. Pero aumentaba su pena el no saber nada de la joven, ni del lugar en que se encontraba: Y recitó entonces estas estrofas del poeta:
-
- Si he perdido mi fuerza y mi valor, es leve mi culpa, ¡porque me han engañado y traicionado de tantos modos!
-
- ¡Libertadme, ¡oh amigos míos! de mi dolor, de ese dolor de amar que me ha hecho perder las fuerzas y toda mi alegría!
-
- ¡He aquí que mi corazón, extraviado por el amor, se ha extraviado y derretido! ¡Se ha derretido, y no sé a quién lanzar mi grito de angustia!
Y al verla, sintió Scharkán oscurecida su razón; y se olvidó de sus soldados, y del visir, y hasta de los consejos de su padre. Y se puso de pie, imantado por aquellos encantos, y recitó estas estrofas:
-
- ¡Poderosa de caderas, inclinada y cimbreante! ¡Tus miembros son flexibles y suaves, tu garganta resbaladiza y dorada!
-
- ¡Ocultas ¡oh hermosísima! los tesoros interiores! Yo tengo ojos agudos que atraviesan todas las opacidades.
Cuando Scharkán oyó estas palabras, comprendió que de nada le serviría el negar, y respondió: "¡Oh tú, la muy dulce! ¡Soy Scharkán Omar Al-Nemán! ¡Soy aquel que sufre porque el Destino lo arrojó sin defensa entre tus manos! Haz de mí lo que quieran tu gusto y tu deseo, ¡oh desconocida de los ojos negros!" Entonces la joven bajó un momento los ojos hacia el suelo, como si meditase. Después, mirando a Scharkán, le dijo: "¡Apacigua tu alma y endulza tus miradas! ¿Olvidas que eres mi huésped? ¿Olvidas que ha mediado entre nosotros el pan y la sal? ¿Olvidas también que sostuvimos más de una conversación amistosa? En adelante estarás bajo mi protección y a beneficio de mi lealtad. ¡No temas, porque ¡por el Mesías! si toda la tierra se lanzara contra ti, nadie te tocaría antes de que mi alma saliera del cuerpo en defensa tuya!"
Dijo, y fué a sentarse gentilmente a su lado, y se puso a hablarle con la más dulce sonrisa. Después llamó a una de sus esclavas y le habló en lengua griega, y la esclava salió, para volver acompañada de otras que llevaban grandes bandejas con manjares de todas clases, y otras con frascos y jarrones de bebidas.
Pero Scharkán no se atrevía a probar aquellos manjares, y la joven, al observarlo, le dijo:
"Vacilas, ¡oh Scharkán! en probar mis manjares. Sospechas alguna traición. ¿Olvidas que ayer te pude matar?" Y se apresuró a alargar la mano y a tomar un poco de cada plato. Y Scharkán se avergonzó de sus sospechas, y empezó a comer, y ella con él, hasta que se saciaron. Después de haberse lavado las manos, colocaron las flores y mandaron traer bebidas, en grandes jarrones de oro, plata y cristal; y las había de todos los colores y de las mejores clases. Y la joven llenó una copa de oro, y fué la primera en beber; y después la llenó de nuevo y se la ofreció a Scharkán, que bebió, y ella le dijo: "¡Oh musulmán! ¿ves como así la vida es fácil y agradable?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario