Pero cuando llegó la 34ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó a Alí-Nur: "Para Bagdad, morada de paz", Alí-Nur suplicó: "Aguarda, que allá vamos". Y seguido de Dulce-Amiga, subió a bordo de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Roch, según dice el poeta:
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- ¡Mira la nave: su aspecto seduce a quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad!
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- ¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese precipitado sobre el mar, y se balancease en él!
Por lo que se refiere a los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de Alí-Nur, llegaron a la casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y comenzaron a buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar a nadie nadie. Entonces destruyeron totalmente la casa y marcharon a comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó: "¡Buscadlos por todas partes y registrad si es preciso toda la ciudad!" Y como en aquel momento llegase el visir Ben-Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo: "¡Te prometo que sólo yo he de vengarte!" Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades.
Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando: "¡Si alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase a Alí-Nur, hijo del difunto visir Ben-Khacán, se apoderará de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!" Sin embargo, a pesar de todas las pesquisas, nadie pudo averiguar qué había sido de Alí-Nur.
Este y Dulce-Amiga llegaron sin contratiempo a Bagdad, y el capitán les dijo: "He ahí la famosa Bagdad, la dulce morada. Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad que vive a la sombra de sus rosales en una eterna primavera en medio de flores y jardines, mecida por el canto de sus aguas murmuradoras". Y Alí-Nur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de Dulce-Amiga, penetró en Bagdad.
Pero quiso el Destino que Alí-Nur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al centro de los jardines que rodean a la ciudad. Y se detuvieron a la puerta de un jardín con una cerca muy grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía a cada lado un banco. La puerta, que era magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo a ella había un estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.
Entonces Alí-Nur dijo a Dulce-Amiga: "¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!"
Y ella contestó: "Descansemos una hora en estos bancos". Y después de haberse lavado la cara y las manos con el agua fresca del estanque, se sentaron a tomar el aire en un banco, y respiraron deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan a gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse, después de haberse tapado con una manta.
Ahora bien; el jardín a cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en medio de él un palacio llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa Harún-Al-Raschid.
Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba a distraerse y a olvidar sus preocupaciones en aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de cada una pendía una gran lámpara y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente como el sol.
Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y oro, y mandaba a las cantoras que cantasen y a los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que prefería era oír al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos e improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa descansaba de las fatigas de la ciudad.
Había nombrado guarda del palacio y del jardín a un buen anciano, llamado el jeique Ibrahim, que vigilaba día y noche para que los paseantes y los curiosos no entrasen en el jardín, singularmente mujeres y niños, que podían estropear o robar las flores y las frutas. Y aquella noche, al dar su vuelta acostumbrada, abrió la puerta principal del jardín y vió dormidas en el banco a dos personas desconocidas, cubiertas con una misma manta. Y se indignó, y dijo: "He aquí dos audaces que han infringido las órdenes del califa, y como me ha autorizado para imponer cualquier castigo a todo el que se acerque a este palacio, voy a hacerles saber lo que cuesta el apoderarse de ese banco, que está reservado a los servidores del califa". Y el jeique Ibrahim cortó una rama de un árbol y se acercó a los durmientes, e iba a darles de latigazos, cuando de pronto pensó: "¡Oh Ibrahim! ¿Qué vas a hacer? Vas a golpear despiadadamente a personas que no conoces, que tal vez sean extranjeras o mendigos del camino de Alah, a quienes haya encaminado hacia aquí el Destino. Lo mejor es verles primeramente la cara".
Y el jeique Ibrahim levantó la manta que les ocultaba el rostro, y se quedó encantado al ver aquellas dos caras maravillosas, cuyas mejillas había juntado el sueño, y que parecían más hermosas que las flores del jardín. Y pensó: "¿Qué iba yo a hacer? ¿Qué ibas a hacer, ciego Ibrahim? Merecerías que te golpearan a ti, para castigarte por tu injusta cólera". Después les tapó nuevamente la cara, se sentó a sus pies, y empezó a dar masaje a los de Alí-Nur, que le había inspirado una inmensa simpatía. Y Alí-Nur, al sentir aquellas manos que lo acariciaban, no tardó en despertarse, y vió a un respetable anciano. Avergonzado de que éste le diera masaje, apartó los pies en seguida, se incorporó, y cogiendo la mano del jeique Ibrahim se la llevó a los labios y luego a la frente.
Entonces el jeique le preguntó: "¿De dónde venís, hijos míos?" Y Alí-Nur dijo: "¡Oh señor, somos extranjeros!" Y se le arrasaron los ojos en lágrimas. Ibrahim repuso: "¡Oh hijo mío! no soy de los que olvidan que el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) recomendó en varios pasajes del Libro Noble la hospitalidad para los forasteros, y que se les recibiera cordialmente y con agrado.
Venid, pues, conmigo; os enseñaré este jardín y el palacio, y así olvidaréis vuestras penas y respiraréis a gusto".
Entonces Alí-Nur le preguntó: "¡Oh señor! ¿de quién es este jardín?" Y el jeique Ibrahim, para no intimidar a AlíNur y algo también por jactancia, dijo: "Este palacio y este jardín me pertenecen, y los he heredado de mi familia". Entonces se levantaron Dulce-Amiga y Alí-Nur, y franquearon la puerta del jardín precedidos por Ibrahim.
Alí-Nur había visto en Bassra hermosos jardines, pero no había ni soñado con uno parecido a aquél. Formaban la entrada principal magníficos arcos superpuestos, de un efecto grandioso y la cubrían unas parras que dejaban colgar espléndidos racimos, rojos unos como rubíes, negros otros como el ébano. Arboles frutales doblados al peso de la fruta madura sombreaban aquella avenida. Cantaban los pájaros en las ramas sus alegres motivos: el ruiseñor modulaba melodías; la tórtola entonaba su lamento de amor; el mirlo silbaba como un hombre; el palomo arrullaba como un embriagado con licores fuertes. Cada frutal estaba representado por sus dos especies mejores: había albaricoques de almendra, dulce y amarga; había sabrosos frutales del Khorasán: ciruelos cuyos frutos tenían el color de labios hermosos; mirabeles de dulce encanto; higos rojos, blancos y verdes, de aspecto admirable. Las flores eran como perlas y coral; las rosas aparecían más bellas que las mejillas de una mujer hermosa; las violetas recordaban la llama del azufre. Había flores blancas de arrayán, alelíes, alhucemas y anémonas, cuyas corolas se cubrían con una diadema de lágrimas de nubes. Las manzanillas sonreían, mostrando todos sus dientes, y los narcisos miraban a las rosas con hondos y negros ojos. La cidra redonda parecía una copa sin asa y sin cuello; los limones colgaban como bolas de oro. Flores de todos los colores alfombraban la tierra: la primavera reinaba en los planteles y en los bosquecillos; los fecundos ríos crecían, rodaban los manantiales, y cantaba la brisa como una flauta, contestándole suavemente el céfiro, y esta canción del aire armonizaba toda aquella alegría.
Así entraron Alí-Nur y Dulce-Amiga con el jeique Ibrahim en el Jardín de las Delicias. Y entonces el jeique Ibrahim, que no quería hacer las cosas a medias, les invitó a penetrar en el Palacio de las Maravillas, y abriendo la puerta les hizo entrar.
Alí-Nur y Dulce-Amiga se detuvieron deslumbrados ante el esplendor de aquel salón nunca visto y lleno de cosas extraordinarias y asombrosas. Estuvieron admirando largo tiempo aquella belleza, y después, para descansar la vista de tanto esplendor, fueron a apoyarse en una ventana que daba al jardín. Y Alí-Nur, contemplando el vergel y los mármoles bañados por la luz de la luna, empezó a pensar en sus penas pasadas, y dijo a Dulce-Amiga: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡Este lugar lleno de encanto me recuerda tantas cosas! Y he aquí que la paz desciende sobre mi alma y extingue el fuego que me consume, apartando de mí la tristeza!"
El jeique Ibrahim les llevó las provisiones que había ido a buscar, y comieron cuanto quisieron; después se lavaron las manos, y se apoyaron de nuevo en la ventana, contemplando los árboles cargados de fruta sabrosa. Al cabo de un rato, Alí-Nur preguntó al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿puedes darnos algo para beber? Juzgo muy natural beber algo después de haber comido".
Y entonces Ibrahim les llevó una vasija llena de agua dulce y fresca. Pero Alí-Nur le dijo: "¿Qué nos traes? No es esto lo que yo quiero". Ibrahim preguntó: "¿Acaso deseas vino?"
Y Alí-Nur dijo: "¡Claro que sí!"
Y el jeique Ibrahim repuso: "¡Guárdeme Alah bajo su protección! Hace trece años que me abstengo de esa bebida funesta, porque el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah !) , maldijo a todo aquel que beba cualquiera bebida fermentada, al que la exprima y al que la venda!"
Entonces le contestó Alí-Nur: "Permíteme, ¡oh jeique! que te diga dos palabras".
El otro respondió: "Dilas". Y Alí-Nur dijo: "Si te indico el medio de que me facilites lo que te pido, sin que seas tú el bebedor, ni el fabricante, ni el portador del vino, ¿serás culpable o maldito?"
El jeique repuso: "Creo que no". Y Alí-Nur dijo: "Pues entonces toma estos dos dinares y estos dos dracmas, monta en el burro que está a la puerta del jardín y que nos trajo hasta aquí, ve al zoco, detente a la puerta de cualquier mercader de aguas destiladas de rosas y flores, pues estos mercaderes siempre tienen vino en lo más retirado de la tienda, y al primer transeúnte que halles ruégale, dándole el dinero, que entre a comprarte la bebida por el precio de los dos dinares de oro, y le darás dos dracmas por el recado; y él mismo colocará en el borrico los cántaros de vino, y como será el burro quien lo traiga, el transeúnte quien lo compre, y nosotros los que lo bebamos, no intervendrás para nada en el lance, pues no serás ni el bebedor, ni el fabricante, ni el portador.
De este modo nada tendrás que temer por haber faltado a la santa ley del Libro". El jeique, al oír a AlíNur, se echó a reír a carcajada, y dijo: "¡Por Alah! Nunca he encontrado persona más simpática que tú, ni con tanto ingenio y encanto". Y Alí-Nur contestó: "¡Por Alah! muy agradecidos te estamos, ¡oh jeique Ibrahim! y no aguardamos de ti más que ese favor, que te pedimos con insistencia". Entonces el jeique Ibrahim, que no había querido revelar hasta aquel momento que había en el palacio toda clase de bebidas fermentadas, dijo a Alí-Nur: "¡Oh amigo'. Toma estas llaves de mi bodega y de mi despensa, que siempre están llenas para obsequiar al Emir de los Creyentes cuando me honra con su visita. Puedes entrar en ellas y tomar a tu gusto lo que te plazca".
Entonces Alí-Nur entró en la bodega, y quedó estupefacto ante lo que veía. A lo largo de las paredes estaban ordenadas sobre tablas, vasijas y más vasijas de oro macizo, de plata maciza y de cristal, con incrustaciones de toda clase de pedrerías. Alí-Nur acabó por decidirse, eligió lo que fué de su mayor agrado, y volvió al salón. Puso las preciosas vasijas sobre la alfombra, se sentó al lado de Dulce-Amiga, escanció el vino en copas de cristal con cerco de oro, y Dulce-Amiga y él empezaron a beber, maravillándose de todas las cosas encerradas en aquel palacio. No tardó Ibrahim en ofrecerles olorosas flores, y después se apartó discretamente, como manda la buena educación, cuando se ve a un joven sentado con su esposa. Y ambos siguieron bebiendo hasta que les dominó el vino; y entonces se les colorearon las mejillas, les brillaron los ojos como los de las gacelas, y Dulce-Amiga acabó por desatar sus cabellos.
Ibrahim sintió una gran envidia, y se dijo: "¿Por qué he de apartarme de ellos, cuando puedo disfrutar de su compañía? ¿Cuándo me hallaré en otra fiesta tan encantadora como la de ver a estos dos admirables jóvenes que parecen dos lunas?"
E Ibrahim volvió sobre sus pasos y fué a sentarse al otro extremo del salón. Entonces Alí-Nur le dijo: "¡Oh señor! te pido por tu vida que te acerques y te sientes con nosotros". Y el jeique Ibrahim se sentó a su lado, y Alí-Nur cogió una copa, la llenó y se la alargó, diciéndole: "¡Oh jeique, toma y bebe! Verás qué bien sabe, y comprenderás las delicias que encierra el fondo de la copa".
Pero el jeique Ibrahim respondió: "¡Protéjame Alah! ¿No sabes, ¡oh joven! que hace trece años que no he cometido esa falta? ¿Ignoras que he cumplido dos veces mis deberes en hadj en la gloriosa Meca?" Y Alí :Nur, que estaba empeñadísimo en emborrachar al anciano Ibrahim viendo que por la persuasión no lo lograría, no insistió más; se bebió la copa llena, la volvió a llenar, se la bebió otra vez, y a los pocos momentos imitó todos los ademanes de un borracho, y acabó tendiéndose en el suelo, en donde fingió dormir.
Entonces Dulce-Amiga dirigió una insistente mirada al viejo Ibrahim y le dijo: "¡Oh jeique lbrahiin! ¡Mira cómo se porta conmigo este hombre!" Y él contestó: ";Qué desventura! ¿Pero por qué hace eso?" Dulce-Amiga dijo: “¡Si fuera ésta la primera vez! Pero siempre hace lo mismo. Bebe y bebe. y luego se emborracha y se duerme, y me deja sola, sin nadie que me haga compañía y beba conmigo. Y así no le encuentro gusto a la bebida, pues nadie comparte mi copa, y ni siquiera tengo ganas de cantar, porque no hay quien me escuche". Entonces el jeique Ibrahim, cuyos músculos se estremecían al influjo de aquellas miradas ardientes y de aquella voz armoniosa, le dijo: "Realmente, así no ha de serte agradable beber".
Y Dulce-Amiga llenó entonces la copa, se la alargó sonriendo, y le dijo: "Por mi vida te ruego que tomes esa copa y la aceptes por darme gusto. Y de este modo merecerás mi gratitud".
Entonces el jeique Ibrahim tendió la mano, cogió la copa y acabó por beber. Y Dulce-Amiga se la llenó de nuevo e hizo que la bebiese, y luego otra más, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡nada más que ésta!" Pero él contestó: "¡Por Alah! No puedo complacerte. Bastante he bebido ya". Ella volvió a insistir muy afable, e inclinándose hacia él, le dijo: "¡Por Alah! ¡No hay más remedio!"
Y el jeique tomó la copa y se la llevó a los labios. Pero en aquel momento Alí-Nur se echó a reír y se incorporó bruscamente...
Al llegar a este punto de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, dejó para la noche siguiente la prosecución de su historia.
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