Pero cuando llegó la 33ª noche
Schehrazada prosiguió:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Fadleddin dijo a su mujer: "Aquel día mi enemigo el visir Sauí se presentará entre las manos del sultán y le dirá "¡Oh rey! He aquí que el visir a quien tanto ponderas y de cuya adhesión pretendes estar seguro te sacó diez mil dinares para comprarte una esclava, y efectivamente, compró una esclava sin igual en el mundo.
Y como la encontraba maravillosa, le dijo a su hijo Alí-Nur, mozalbete corrompido: "Tómala, hijo mío; más vale que la goces tú que ese sultán viejo, que tiene no sé cuántas concubinas, cuya virginidad no puede disfrutar". Y el joven Alí-Nur, que es una especialidad en lo de robar virginidades, se apoderó de la hermosa esclava, y en un abrir y cerrar de ojos la perforó de parte a parte. Pero he aquí que sigue pasando agradablemente el tiempo con ella en el palacio de su padre, y el joven perforador, disoluto y holgazán, no sale de las habitaciones de las mujeres".
"Al oír estas palabras de mi enemigo -siguió diciendo el visir Fadleddin- el sultán, que me estima, se negará a creerlo, y dirá: "Mientes, ¡oh Mohín ben-Sauí!"
Pero Sauí le contestará: "Permíteme cercar con soldados la casa de Fadleddin, y te traeré inmediatamente la esclava, y con tus propios ojos comprobarás la cosa". Y el sultán, que es mudable, le dará permiso, y Sauí vendrá aquí con los soldados, apoderándose de Dulce-Amiga, que arrebatará de vosotras y la llevará entre las manos del sultán. Y el sultán interrogará a Dulce-Amiga, que tendrá que confesarlo todo.
Entonces mi enemigo Sauí, afirmando su triunfo, dirá "¡Oh mi señor! ¿Ves cómo soy para ti un buen consejero? Pero ¿qué le vamos a hacer? Está escrito que me has de despreciar, mientras que el traidor Fadleddin será tu preferido". Y el sultán, rectificando su opinión con respecto a mí, me castigará severamente. Y seré la irrisión de cuantos hoy me estiman, y perderé mi vida y con ella toda la casa".
Al oír esto la madre de Alí-Nur, respondió a su esposo: "Créeme; no hables a nadie de este asunto, y nadie se enterará. Confía tu suerte a la voluntad de Alah, el muy poderoso. Sólo ocurrirá lo que haya de ocurrir". Entonces el visir se sintió tranquilizado con estas palabras, calmándose su inquietud en cuanto a las consecuencias futuras, pero no por ello se aplacó su cólera contra Alí-Nur.
Por lo que se refiere al joven Alí-Nur, había salido apresuradamente del aposento de Dulce-Amiga al oír los gritos de las dos esclavas, y se pasó el día dando vueltas por aquellos alrededores. No volvió al palacio hasta que fué de noche, y se apresuró a deslizarse junto a su madre, en el departamento de las mujeres, para evitar la cólera del visir. Y su madre, a pesar de todo lo ocurrido, acabó por abrazarle y perdonarle, y lo ocultó cuidadosamente, ayudada por todas sus doncellas, que envidiaban secretamente a Dulce-Amiga por haber tenido entre sus brazos a aquel ciervo incomparable.
Además, todas estaban de acuerdo para prevenirle contra la ira del visir. De modo que Alí-Nur, durante un mes entero, fué amparado por aquellas mujeres, que por la noche le abrían la puerta de las habitaciones de su madre. Y allí se deslizaba Alí-Nur sigilosamente, y allí, con connivencia de su madre, le iba a buscar en secreto Dulce-Amiga.
Por último, un día la madre de Alí-Nur, viendo al visir menos indignado que de costumbre, le preguntó: "¿Hasta cuándo va a durar ese persistente enojo contra nuestro hijo Alí-Nur? ¡Oh mi señor! realmente hemos perdido una esclava del rey, pero ¿quieres que perdamos también a nuestro hijo? Pues sabe que si continúa esta situación, nuestro hijo Alí-Nur huirá para siempre de la casa paterna, y entonces lloraremos a este hijo, único fruto de mis entrañas".
Conmovido el visir, preguntó: "¿Y qué medio emplearemos para impedirlo?" Y la mujer respondió: "Ven a pasar esta noche con nosotros, y cuando llegue Alí-Nur yo os pondré en paz. Por lo pronto finge quererlo castigar, pero acaba por casarlo con Dulce-Amiga. Porque Dulce-Amiga, según lo que en ella he podido ver, es admirable en todo y quiere a Alí-Nur que está enamoradísimo de ella. Además, ya te he dicho que te daré de mi peculio el dinero que gastaste en comprarla".
El visir se conformó con lo que proponía su esposa, y apenas entró Alí-Nur en las habitaciones de su madre, se arrojó sobre él, lo tiró al suelo y levantó un puñal como para matarle. Pero entonces la madre de Alí-Nur se precipitó entre el puñal y su hijo, y dirigiéndose al visir, exclamó: "¿Qué intentas hacer?"
Y el visir repuso: "Lo voy a matar para castigarle". Y la madre replicó: "¿Pero no sabes que está arrepentido?"
Alí-Nur dijo: "¡Oh padre! ¿tendrás valor para sacrificarme de esta suerte?" Entonces el visir, sintiendo que los ojos se le arrasaban en lágrimas, dijo: "¡Oh desventurado! ¿no tuviste tú valor para arrebatarme la tranquilidad y acaso la vida?" Y Alí-Nur respondió: "Oye ¡oh padre mío! lo que dice el poeta:
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- Supón por un momento que haya obrado muy mal y cometido todos los delitos; ¿No sabes que los seres nobles gozan con perdonar, concediendo un indulto completo?
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- ¿No sabes también que al proceder así te realzas, singularmente si el enemigo está entre tus manos, o te implora desde el fondo de una sima abierta al pie de la montaña desde cuya cumbre tú le dominas?"
Y Alí-Nur contestó: "Efectivamente, ¡oh padre mío! estoy dispuesto a cumplir con Dulce-Amiga como se merece".
Y el visir dijo: "En ese caso, ¡oh mi querido hijo! el único ruego que he de hacerte, y que no debes olvidar nunca, para que siempre te acompañe mi bendición; consiste en que me prometas no contraer legítimas nupcias con otra mujer que no sea Dulce-Amiga, ni maltratarla jamás, ni venderla". Y Alí-Nur contestó: "Juro por la vida de nuestro Profeta y por el Korán sagrado no tomar otra esposa legítima mientras viva Dulce-Amiga, no maltratarla nunca y no venderla jamás!"
Después de esto toda la casa se llenó de Júbilo. Alí-Nur pudo poseer libremente a Dulce-Amiga, y siguió viviendo con ella durante un año, siendo muy felices. En cuanto al rey, Alah quiso que olvidase completamente los diez mil dinares que le había entregado al visir Fadleddin para la compra de la esclava. Y por lo que se refiere al malvado Ben-Sauí, no tardó en descubrir todo lo ocurrido, pero no se atrevió a decir todavía nada al rey, porque el padre de Alí-Nur era estimadísimo, no sólo del sultán, sino de todo el pueblo de Bassra.
Y he aquí que un día el visir Fadleddin fué al hammam, salió apresuradamente todo sudoroso del baño, y cogió un enfriamiento, que le obligó a meterse en la cama. Después se agravó, y ya no pudo dormir ni de noche ni de día, y fué tal su consunción. que parecía la sombra de lo que había sido.
Entonces no quiso demorar el cumplimiento de sus últimos deberes, y mandó que compareciese su hijo Alí-Nur, el cual se presentó en seguida con los ojos llenos de lágrimas.
Y el visir le dijo: "¡Oh hijo mío! no hay felicidad que no tenga su término; ni bien su límite, ni plazo sin vencimiento, ni copa sin brebaje amargo. Hoy me toca a mí gustar la copa de la muerte".
Y el visir recitó estas estrofas:
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- ¡Podrá hoy olvidarte la muerte, pero no te olvidará mañana! ¡Todos caminamos apresuradamente al abismo de la anulación!
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- ¡Para los ojos del muy altísimo, no hay llanos ni cumbres! ¡todas las alturas están niveladas: no hay hombre pequeño, ni gigante!
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- ¡Y Jamás ha habido rey, imperio ni profeta que haya podido desafiar la ley de la muerte!
Entonces contestó Alí-Nur: "¡Oh padre mío! ¿Cómo es posible que nos dejes? Desaparecido tú de la tierra ¿qué nos quedará? Eres famoso por tus beneficios, y los oradores sagrados citan tu nombre desde el púlpito de nuestras mezquitas el santo día del viernes para bendecirte y desearte larga vida".
Y Fadleddin dijo: "¡Oh hijo mío! sólo ruego a Alah que me reciba y no me rechace". Después pronunció en voz alta los dos actos de fe de nuestra religión: "¡Juro que no hay más Dios que Alah! ¡Juro que Mahomed es el profeta de Alah!" Y luego exhaló el último suspiro, y quedó inscripto para siempre entre los elegidos bienaventurados.
Y en seguida todo el palacio se llenó de gritos y lamentos. Llegó la noticia al sultán, y toda la ciudad de Bassra supo el fallecimiento del visir Fadleddin ben-Khacán. Y todos los habitantes lo lloraban, sin exceptuar a los niños de las escuelas. Por su parte, Alí-Nur, a pesar de su abatimiento, nada escatimó para hacer unos funerales dignos de la memoria de su padre. Y a estos funerales asistieron todos los emires y visires, incluso el malvado Ben-Sauí, que, como los demás, tuvo que ayudar a transportar el féretro. También concurrieron los altos dignatarios, los grandes del reino, y todos los habitantes de Bassra, sin excepción. Y al salir de la casa mortuoria, el jeique principal, que dirigía los funerales, recitó en honor del muerto las siguientes estancias:
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- ¡Al hombre encargado de recoger sus despojos mortales le dijo: Obedece mis órdenes, pues sabe que en vida atendió a mis consejos!
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- ¡Si te place, haz correr por encima de él el agua lustral; pero cuida de regar su cuerpo con las lágrimas vertidas por los ojos de la Gloria, de la Gloria que llora!
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- ¡Aparta de él los bálsamos mortuorios y los aromas! ¡Sírvete más bien para embalsamarle de los perfumes de sus beneficios y del suave olor de sus buenas acciones!
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- ¡Bajen del cielo los ángeles gloriosos para rendirle homenaje y llevar sus mortales despojos, dejando correr el llanto!
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- ¡Es inútil cansar con el peso de su ataúd los hombros de los portadores, pues los hombros de todos los humanos están rendidos por el peso de sus beneficios y por la carga del bien que les echó encima cuando vivía!
Y este joven besó la mano a Alí-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor y dueño! todo humano, aunque perezca, vive en sus descendientes, y tú tienes que ser el hijo ilustre de tu padre; por lo tanto, no debes afligirte eternamente, ni olvidar las santas palabras del señor de los antiguos y modernos, nuestro profeta Mahomed (¡la plegaria y la paz de Alah sean con él!), que dijo: "Cura tu alma, y no guardes más luto a la criatura".
Nada pudo contestar Alí-Nur, y resolvió en seguida poner término a su aflicción, por lo menos exteriormente. Se levantó, fué a la sala de reuniones y mandó que llevasen a ella todo lo necesario para recibir dignamente a los visitantes. Y desde aquel momento abrió las puertas de su casa y empezó a recibir a todos sus amigos, viejos y jóvenes. Pero tomó particular afecto a diez jóvenes, que eran hijos de los principales mercaderes de Bassra. Y pasaba el tiempo en su compañía, entre diversiones y festines.
Y a todo el mundo regalaba objetos de valor, y en cuanto le visitaba alguien, daba en seguida una fiesta en honor suyo. Pero todo lo hacía con tal prodigalidad, a pesar de las prudentes advertencias de Dulce-Amiga, que su administrador, asustado de aquel procedimiento, se le presentó un día y le dijo: "¡Oh mi señor y dueño! ¿no sabes que es perjudicial la excesiva generosidad, y que los regalos harto numerosos acaban con las riquezas? Recuerda que el que se va sin contar se empobrece. Ya lo expuso el poeta, que expresó la verdad cuando dijo:
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- ¡Mi dinero! ¡Lo conservo cuidadosamente, y en vez de derrocharlo, lo convierto en barras fundidas; el dinero es mi espada y es también mi escudo!
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- ¡Dárselo a mis enemigos, a mis peores enemigos, sería una locura! ¡Entre los hombres equivale obrar así a transformar la felicidad en infortunio!
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- ¡Pues mis enemigos se apresurarán a comérselo y bebérselo alegremente, y no pensarán en dar una limosna al necesitado!
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- ¡Por eso hago bien ocultando mi dinero al perverso que no sabe compadecer los males de sus semejantes!
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- ¡Conservaré mi dinero! ¡Desdichado del pobre que pide una limosna, lleno de sed, como el camello apartado del abrevadero durante cinco días! ¡Su alma llegará a ser más vil que la misma alma del perro!
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- ¡Oh! ¡Desgraciado del hombre sin dinero y sin recursos, aunque sea el más sabio de los sabios y sus méritos resplandezcan más que el sol!”
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- Si algún día me viese abandonado por la fortuna y rendido a la pobreza, ¿que haría yo? ¡Pués precisamente, privarme de mis placeres y no mover ni brazos ni piernas!
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- ¡Desafío a todo el mundo a que me presente un avaro que haya merecido alabanzas por su avaricia, y también lo reto a que me enseñe un pródigo que haya muerto a causa de su prodigalidad”
En cuanto a Alí-Nur, ya no supo reprimir desde aquel día su generosidad, que le incitaba a dar cuanto poseía, regalándolo a sus amigos y hasta a los extraños. Bastaba que cualquier convidado exclamase: "¡Qué bonita es tal cosa!", para que inmediatamente le contestara: "Tuya es".
Si otro decía: "¡Oh mi querido señor, qué hermosa es esta finca!", inmediatamente le replicaba Alí-Nur: "Voy a mandar que la inscriban ahora mismo a tu nombre". Y mandaba traer el cálamo, el tintero de cobre y el papel, e inscribía la casa a nombre del amigo, sellando el documento con su propio sello.
Y así durante todo un año; y por la mañana daba un banquete, a todos sus amigos, y por la tarde les ofrecía otro, al son de los instrumentos, amenizándolo los mejores cantantes y las danzarinas más notables.
Y ya no hacía caso de las advertencias de Dulce-Amiga, y hasta llegó a tenerla olvidada; pero ella no se quejaba nunca y se consolaba con la lectura de los libros de los poetas.
Un día que Alí-Nur entró en su gabinete, le dijo: "¡Oh luz de mis ojos! escucha estas estrofas:
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- ¡Cuanto más bien se hace, más firme aparece la ventura de la vida, pero hay que temer los ciegos golpes del Destino!
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- ¡La noche se hizo para el sueño y el descanso; la noche es la salvación del alma, pero tú derrochas locamente esas horas reparadoras, y no ha de asombrarte que una mañana te sorprenda súbitamente la desdicha!"
Y el otro dijo: "¡Oh mi señor! ¡Ya ha llegado lo que tanto temía!" Y Alí-Nur insistió: "¿Pero qué pasa?" Y el administrador dijo: "Sabe que ya ha terminado mi cometido, pues ya no tengo nada tuyo que administrar. Ya no te quedan fincas, ni nada que valga un óbolo ni menos de un óbolo. Y he aquí que traigo las cuentas de lo que has gastado, hasta derrochar todo tu capital".
Y al oír estas palabras, Alí-Nur bajó la cabeza, y dijo: "¡Alah es el único fuerte, el único poderoso!"
Pero precisamente, uno de los amigos que estaba en la sala oyó esta conversación y se apresuró a comunicarla a los demás. Diciendo: "¡Oh mis señores, sabed que a Alí-Nur no le queda ya ni por valor de un óbolo".
Y en este momento entró Alí-Nur muy preocupado y muy pálido, confirmando con su gesto la exactitud de la mala nueva.
Al verle, uno de los convidados se levantó, y le dijo: "¡Oh mi señor! con tu venia me voy a retirar, porque mi mujer está de parto y no puedo abandonarla, de modo que he de marchar a su lado". AlíNur se lo permitió; y entonces se levantó otro amigo y le dijo: "¡Oh mi dueño Alí-Nur! necesariamente he de ir ahora mismo a casa de mi hermano, que celebra las ceremonias de la circuncisión de su hijo". Y Alí-Nur se lo permitió.
Así todos los demás amigos fueron alegando pretextos para marcharse, desde el primero hasta el último, y Alí-Nur acabó por verse solo en medio de la gran sala de reuniones. Entonces mandó llamar a Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! aun ignoras la desgracia que se me ha venido encima". Y le refirió cuanto le acababa de ocurrir. Y ella contestó: "¡Oh dueño mío! ya hace tiempo que te lo anunciaba, y tú, en vez de hacerme caso, hasta me recitaste un día estos versos:
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- ¡Si la Fortuna pasara un día por delante de tu puerta, acógela enseguida, y disfruta de ella a gusto, y que la gocen también todos tus amigos, pues podría escabullirse de entre tus manos!
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- ¡Pero si se detuviese para siempre en tu casa, usa ampliamente de ella, pués la generosidad no ha de agotarla, ni tiene porqué sujetarla la avaricia!
Pero Dulce-Amiga replicó: "Te juro por Alah que para nada te han de servir!" Y Alí-Nur dijo: "Ahora mismo voy a verlos, uno por uno; y llamaré a su puerta, y cada cual me dará generosamente alguna cantidad, y de este modo reuniré un capital con el que me dedicaré al comercio, y me apartaré para siempre del juego y de las diversiones".
Y efectivamente, se levantó en seguida y recorrió la calle de Bassra en que vivían sus amigos, pues todos sus amigos vivían en aquella calle, que era la más hermosa de la ciudad. Y llamó a la primera puerta, y le abrió una negra que le dijo: "¿Quién eres?"
El contestó: "Avisa a tu amo que ha venido hasta su puerta Alí-Nur para decirle: "Tu servidor Alí-Nur besa tus manos, y espera una muestra de tu generosidad". Y la negra fué a avisar a su amo. Y éste contestó: "Sal en seguida y dile que no estoy en casa".
Y la negra volvió, y le dijo a Alí-Nur: "¡Oh señor, no está mi amo!"
Y Alí-Nur dijo para sí: "Este es un mal nacido que se me niega, pero los demás no serán mal nacidos". Y fué a llamar a la puerta de otro amigo, y le mandó el mismo recado que el primero, y recibió de él la misma respuesta negativa.
Entonces Alí-Nur recitó esta estrofa:
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- ¡Apenas llegué frente a la casa, se apresuraron a dejarla vacía, y ví huir a todos los moradores, temerosos de que pusiese a prueba su generosidad!
Y entonces se consoló recitando estos versos:
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- ¡El hombre próspero es como un árbol: le rodea la gente mientras lo cubren los frutos!
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- ¡Pero apenas estos frutos caen, se dispersa la gente para buscar otro arbol mejor!
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- ¡Todos los hijos de este tiempo padecen la misma enfermedad, y no he encontrado uno solo que estuviese libre de ella!
Alí-Nur contestó: "¡Oh Dulce-Amiga, nunca accederé a separarme de ti, ni siquiera por una hora!" Y ella replicó: "Tampoco lo quisiera yo, ¡oh mi dueño Alí-Nur! pero la necesidad no tiene ley, como dijo el poeta:
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- ¡No dudes en hacer aquello a que te obligue la necesidad! ¡No retrocedas ante nada, siempre que esté en los límites de la decencia!
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- ¡No te preocupes sin un motivo fundado, y cree que son muy escasas las aflicciones que tengan un verdadero motivo de constante preocupación!
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- ¡Detente, por favor! ¡Déjame recoger una mirada de tus ojos, una sola mirada, para que me acompañe durante todo el camino; una mirada que sirva de remedio a mi alma, herida por esta separación mortal!
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- ¡Pero si hasta esto te parece exagerado,no me lo des, y déjame entregado a mi dolor y sin más compañía que mi tristeza!
Y el corredor respondió: "¡Oh mi señor Alí-Nur! Soy tuyo, conozco, además de mis deberes, las consideraciones que te debo”. Entonces Alí-Nur entró en una habitación del khan, y levantó el velo que cubría el rostro a Dulce-Amiga. Y al verla, exclamó el corredor: "¡Por Alah! ¡Si es la esclava que apenas hace dos años vendí en diez mil dinares de oro al difunto visir!". Y Alí-Nur "La misma es". Entonces dijo el corredor:
“Oh Ali-Nur! Cada criatura lleva pendiente del cuello su destino, y no se puede librar de él. Te juro que he de poner toda mi inteligencia en vender tu esclava al precio más alto del mercado".
E inmediatariente marchó al sitio en que solían reunirse los mercaderes, y aguardó a que llegasen, pues en aquel momento andaban dispersos, comprando esclavas de todos los países y llevándolas hacia aquel punto del zoco en que se juntaban mujeres turcas, griegas, circasianas, georgianas,abisinias y de otras partes. Y cuando vió el corredor que estaban allí todos y que la plaza se había llenado con la muchedumbre de corredores y compradores, se subió a un poyo y dijo:
"¡Oh vosotros todos, mercaderes y hombres de riquezas! sabed que no todo lo redondo es nuez; no todo lo alargado es plátano; no todo lo colorado es carne; no todo lo blanco es grasa; no todo lo tinto es vino, ni todo lo pardo es dátil.
¡Oh mercaderes ilustres entre los de Bassra y Bagdad! he aquí que presento hoy a vuestro justiprecio y valoración una perla noble y única que, si hubiera equidad en apreciarla, valdría más que todas las riquezas reunidas. A vosotros corresponde señalar el precio que ha de servir como base de pujas, pero antes venid a ver con vuestros ojos"
Y los hizo aproximarse, les mostró a Dulce-Amiga, en seguida, por unanimidad, acordaron empezar por anunciarla en cuatro mil dinares, como base de pujas. Entonces el corredor gritó: "¡Cuatro mil dinares la perla de las esclavas blancas!" Y en seguida un mercader pujó a cuatro mil quinientos.
Pero precisamente en aquel instante el visir Ben-Sauí pasaba a caballo por el zoco de las esclavas, y vió a Alí-Nur de pie al lado del corredor, y a éste pregonando un precio.
Y dijo para sí: "Ese calavera de Alí-Nur está vendiendo el último de sus esclavos después de haber vendido el último de sus muebles". Pero pronto se enteró de que lo que se pregonaba era una esclava blanca, y pensó: "Alí-Nur debe estar vendiendo su esclava, porque ya no posee ni un óbolo. ¡Cómo se alegraría mi corazón si esto fuese verdad!"
Llamó entonces al pregonero, que acudió en cuanto conoció al visir, y besó la tierra entre sus manos. Y el visir le dijo: "Quiero comprar esa esclava que pregonas. Tráela en seguida para que la vea".
Y el pregonero, que no podía negarse a obedecer al visir, se apresuró a llevarle a Dulce-Amiga, y le levantó el velo.
Al ver aquel rostro sin igual y al admirar todas las perfecciones de la joven, se maravilló el visir y preguntó: "¿Qué precio es el que ha alcanzado?" Y el corredor respondió: "Cuatro mil quinientos dinares a la primera puja". Y el visir dijo: "Pues bien; a ese precio me quedo con ella". Y al hablar así miró fijamente a todos los mercaderes, que no se atrevieron a pujar, y ni uno solo tuvo valor para ofrecer mayor precio, temiendo la venganza del visir.
Después el visir dijo al corredor: "¿Qué haces ahí parado? Ya sabes que tomo la esclava en cuatro mil dinares de oro, y te doy quinientos de corretaje". El corredor no supo qué responder, y con la cabeza baja se fué a buscar a Alí-Nur, que estaba algo más lejos, y le dijo: "¡Oh señor, cuánta es nuestra desgracia! Se nos va de entre las manos Dulce-Amiga por un precio irrisorio; se la llevan por nada. Ahí tienes al malvado visir Ben-Sauí, enemigo de tu padre, que lo ha adivinado todo y no nos ha dejado llegar al verdadero precio. Quiere quedarse con ella por sólo el importe de la primera puja. Y si estuviéramos seguros de que la pagase al contado, podríamos dar gracias a Alah, aunque el precio sea tan mezquino; pero ese maldito visir es el peor pagador del mundo, y conozco todas sus astucias y maldades. Y he aquí lo que va a hacer; te dará una letra de crédito para uno de sus agentes, al cual ordenará secretamente que no te pague nada. Y cada vez que vayas a cobrar, el agente te dirá: "Mañana pagaré", y ese mañana no llegará nunca. Y tanto te aburrirá esta serie de retrasos, que acabarás por hacer un arreglo con el agente y le confiarás el papel firmado por el visir, y el agente se apresurará a hacerlo pedazos, y de este modo perderás sin remedio el precio de la esclava".
Alí-Nur, desesperado al oír todo esto, preguntó al corredor: "¿Y qué haremos ahora?"
Y el corredor respondió: "Voy a darte un buen consejo. Me llevaré al zoco a Dulce-Amiga, y tú nos alcanzarás, y arrancándola de entre mis manos, le hablarás de este modo: "¡Desdichada! ¿Qué te propones? ¿No sabes que hice juramento de fingir tu venta en el zoco para humillarte y corregir tu mal genio?" En seguida le darás unos golpes y te la llevarás.
Y entonces todo el mundo, incluso el visir, creerá que, en realidad, no trajiste la esclava más que para cumplir tu juramento". Le pareció muy bien a Alí-Nur, y dijo: "Es realmente una buena idea".
Entonces el corredor marchó al centro del zoco, cogió de la mano a la esclava, y la llevó a presencia del visir El-Mohín ben-Sauí, y le dijo: "Señor, el propietario de la esclava es ese hombre que está allí, a pocos pasos de nosotros. Pero he aquí que se aproxima". Y efectivamente, Alí-Nur se acercó al grupo, se apoderó violentamente de Dulce-Amiga, le dió un puñetazo, y le dijo: "¡Desdichada! ¿No sabes que no te he traído al zoco más que para cumplir un juramento? Vuelve a casa y procura ser obediente. Y no creas que necesito el precio de tu venta, pues aunque me viese muy apurado, preferiría desprenderme de todos mis muebles y hasta lo último de cuanto me pertenece antes que pensar en traerte al zoco".
Al oírlo, gritó el visir: "¡Pobre de ti, loco mancebo! Hablas como si aun te quedase algún mueble o cualquier cosa que vender. Pero ya sabemos todos que no tienes ni un óbolo". Y al hablar así quiso apoderarse violentamente de Dulce-Amiga. Pero todos los mercaderes y corredores miraban con simpatía a Alí-Nur, muy estimado por todos ellos, que se acordaban de los favores de su padre, su buen protector.
Entonces Alí-Nur les dijo: "Acabáis de oír las palabras insultantes de este hombre, y os tomo a todos por testigos de ello".
Por su parte, el visir dijo: "¡Oh mercaderes! por consideración a todos vosotros no mato ahora mismo a ese insolente". Pero los mercaderes se miraban unos a otros, como diciéndose con los ojos: "Ayudemos a Alí-Nur". Y añadieron en voz alta: "Este asunto no nos incumbe. Arreglaos como podáis".
Y Alí-Nur, que era audaz y valiente, sujetó por las bridas al caballo del visir, después agarró a su enemigo, lo sacó de la silla y lo tiró al suelo. Le puso la rodilla en el pecho, empezó a darle puñetazos en la cabeza y en el vientre y en todas partes, le escupió en la cara y le dijo: "¡Perro, hijo de perro, mal nacido! Maldito sea tu padre, y el padre de tu padre, y el padre de tu madre, ¡oh corrompido!" Y le dió tan fuerte puñetazo en la quijada, que le rompió varios dientes. Y la sangre corría por las barbas del visir, que había ido a caer en medio de un charco de lodo.
Al ver esto, los diez esclavos que acompañaban al visir desenvainaron los alfanjes y quisieron echarse encima de Alí-Nur y despedazarle; pero el gentío se lo impidió, y les decía: "¿Qué vais a hacer? Vuestro amo es visir; ¿pero no sabéis que el otro es hijo de visir? ¿No teméis que mañana se reconcilien y paguéis vosotros las consecuencias?" Y los esclavos vieron que era más prudente abstenerse.
Y como Alí-Nur se había cansado de dar golpes, soltó al visir, que se levantó cubierto de sangre y de barro, y se dirigió al palacio del sultán seguido por las miradas de la muchedumbre, que no sentía por él ninguna compasión.
En seguida Alí-Nur cogió de la mano a Dulce-Amiga y se volvió a su casa aclamado por el gentío.
El visir llegó en un estado lamentable al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, se detuvo a la puerta y comenzó a gritar: "¡Oh rey! ¡Te implora un afligido!" Y el rey mandó que se lo presentasen, y vió que era su visir El-Mohín ben-Sauí. Y en el límite del asombro, le dijo: "¿Pero quién se ha atrevido a tratarte de esa manera?"
Y el visir se echó a llorar y recitó estos versos:
¿Es posible que existiendo tú entre los vivientes me haga su victima el Tiempo? ¿Es posible que siendo tú mi intrépido defensor hagan de mí su presa los perros enfurecidos?
¿Es posible, ¡oh nube benéfica que nos das la lluvia! que todo sediento pueda extinguir su sed en tus aguas vivas, y que yo, tu protegido, me muera de sed bajo tu cielo?
Y después añadió: "¡Oh señor! ¿Permitirás que así traten a todos los servidores que te aman y te sirven? ¿Tolerarás que se cometan con ellos semejantes infamias?" Y el rey preguntó: "¿Pero quién te ha tratado de ese modo?" Entonces el visir dijo: "Has de saber, ¡oh rey! que he salido hoy a dar una vuelta por el zoco para comprar una buena esclava que supiera condimentar los manjares, pues mi cocinera los quema todos los días, y vi en el zoco una esclava joven como no vi otra en toda mi vida. Y el corredor a quien me dirigí me contestó: "Creo que pertenece al joven Alí-Nur, hijo del difunto visir Khacán".
Ahora bien; recordarás, ¡oh mi señor y soberano! que entregaste tiempo ha diez mil dinares de oro al visir Fadleddin para comprar una hermosa esclava que reuniese todas las perfecciones. Y en aquel tiempo el visir no tardó en encontrar y comprar la tal esclava, pero como era verdaderamente maravillosa y le había gustado mucho, se la regaló a su hijo Alí-Nur. Y Alí-Nur, muerto su padre, se entregó a tales locuras que no tardó en vender todos sus bienes, sus fincas y hasta los muebles de su casa. Y cuando ya no tuvo ni un óbolo para vivir, llevó al zoco a la esclava para venderla, y la entregó a un corredor, el cual la subastó en seguida. Y los mercaderes empezaron a pujar de tal modo, que el precio de la esclava llegó inmediatamente a cuatro mil dinares. Entonces la vi, y quise comprarla para mi soberano el sultán, que ya había dado por ella una importante suma.
Llamé al corredor y le dije: Hijo mío, yo te daré los cuatro mil dinares. Pero el corredor me mostró al propietario de la esclava, y éste apenas me vió corrió hacia mí, gritando como un energúmeno: "¡Sucia cabeza vieja! ¡Jeique maldito y nefasto! Antes que cedértela se la vendería a un nazareno o a un judío, aunque me llenases de oro el velo que la cubre".
Y yo dije: Pero joven, si no la quiero para mí, pues la destino a nuestro señor el sultán, que es nuestro buen soberano, nuestro bienhechor. Y al oír estas palabras, en vez de ceder se enfureció más aún, se tiró a la brida de mi caballo, me agarró de una pierna y me echó al suelo, y sin hacer caso de mi avanzada edad edad ni respetar mis barbas blancas,empezó a pegarme y a insultarme de todas maneras, y acabó por ponerme en el deplorable estado en que me ves en este momento, ¡ oh rey bueno y justo! Y todo esto me ha pasado por querer complacer a mi sultán y comprarle una esclava que le pertenecía y que juzgué digna del honor de compartir su lecho".
Entonces el visir se echó a las plantas del rey, y rompió nuevamente a llorar, implorando justicia. Y al verle y oír su relato, se encolerizó de tal manera el sultán, que el sudor le brotaba por entre los ojos, y volviéndose hacia los emires y grandes del reino, les hizo una seña. Inmediatamente se presentaron ante él cuarenta guardias con las espadas desenvainadas. Y el sultán les dijo: "Marchad inmediatamente a la casa del que fué mi visir El-Fadl ben-Khacán, y saqueadla y destruidla por completo. Apoderaos de Alí-Nur y de su esclava, atadles los brazos, arrastradlos sobre el lodo y traedlos a mi presencia'".
Los cuarenta guardias contestaron: "Escuchamos y obedecemos", y se dirigieron en seguida a casa de Alí-Nur.
Pero había en el palacio un joven chambelán llamado Sanjar, que había sido mameluco del difunto Fadleddin, y se había criado con su amo Alí-Nur, a quien profesaba gran cariño. Y dispuso la Suerte que presenciara la queja del visir Ben-Suaí y cómo el sultán daba sus crueles órdenes. Y salió corriendo, tomando el camino más corto para llegar a la casa de Alí-Nur, que al oír llamar precipitadamente a la puerta fué a abrir en persona, y al ver a su amigo el joven Sanjar quiso abrazarle; pero éste, sin consentirlo, exclamó: "¡Oh mi querido dueño! no son a propósito estos instantes para palabras cariñosas ni para saludos, pues oye lo que dice el poeta:
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- ¡Liberta tu alma, desátala de la tiranía de las cadenas y vuela enseguida! ¡Vuela a lo lejos y deja que las casas se derrumben sobre quienes las construyeron!
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- ¡Oh amigo mio! ¡encontrarás muchos países distintos del tuyo, pues la tierra de Alah es infinita; pero otra alma que sea tu alma no la has de encontrar!
Sanjar contestó: "Sálvate, y salva a la esclava Dulce-Amiga, porque El-Mohín ben-Sauí os ha tendido un lazo, y como caigáis en él moriréis sin misericordia.
Sabe que el sultán, por instigación del visir, ha enviado contra vosotros a cuarenta guardias con los alfanjes desenvainados. Debéis emprender la fuga antes de que os ocurra una desgracia". Y Sanjar alargó su mano, que estaba llena de oro, a Ali-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor! he aquí cuarenta dinares que han de serte útiles en estos momentos, y perdóname que no pueda ser más generoso. Pero no perdamos tiempo. ¡Levántate y huye!"
Entonces Alí-Nur se apresuró a avisar a Dulce-Amiga, que se cubrió inmediatamente con su velo, y ambos salieron de la casa, y después de la ciudad, y llegaron a orillas del mar, amparados por el muy Altísimo. Y divisaron un bajel que precisamente se disponía a desplegar las velas, acercándose vieron al capitán que estaba de pie en medio del barco, y decía: "El que no se haya despedido que se despida inmediatamente; el que no haya acabado de proveerse de víveres que acabe en el acto; el que haya olvidado algo en su casa vaya ligero a buscarlo, porque he aquí que vamos a zarpar". Y todos los viajeros contestaron: "Nada nos queda que hacer, capitán; ya estamos listos". Entonces el capitán gritó a sus hombres: "¡Hola! ¡Desplegad las velas y soltad las amarras!" Y en aquel momento preguntó Alí-Nur: "¿Para dónde zarpas, capitán?" Y el capitán contestó: "Para Bagdad, morada de paz".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.
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