PERO CUANDO LLEGÓ LA NOVENA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad. Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos y cada habitante se puso a ejercer su oficio. Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete aquí todo lo que hubo respecto a esto. Por lo que se refiere a la bruja ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando por el negro, le dijo: "¡Oh querido mío!, dame tu mano generosa para besarla".
Y el rey le respondió en voz baja: "Acércate más a mí". Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.
Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su desencantamiento, y el joven le besó la mano, y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: "¿Quieres marchar a tu ciudad, o acompañarme a la mía?" Y el joven contestó: "¡Oh, rey de los tiempos! ¿sabes cuánta distancia hay de aquí a tu ciudad?" Y dijo el rey: "Dos días y medio". Entonces le dijo el joven: "¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey! que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo". El rey se alegró al oírlo, y dijo: "Bendigamos a Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que Alah no me los ha querido dar hasta ahora". Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los notables de su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos necesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que estaba ausente hacía un año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik (Mamelucos, soldados esclavos) cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le dieron la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.
Mientras tanto, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: "Que venga aquel pescador que en otro tiempo me trajo los peces". Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra. Después el rey conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general.
En seguida envió a su visir a la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento. En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía a sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué a visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!
Pero no creáis que esta historia-prosiguió Schehrazada- sea más maravillosa que la del mandadero.
Historia del mandadero y las tres doncellas
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocato. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con largas pestañas y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: "¡Oh mandadero! coge la espuerta y sígueme". Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió a la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní,(nazareno, cristiano) que por un dinar le dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: "Lleva eso y sígueme".
Y el mandadero exclamó: "¡Por Alah! ¡Bendito día!" Y cogió otra vez la espuerta y siguió a la joven. Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmani, melocotones de Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: "Llévalo".
Y él lo llevó, y la siguió hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven: "Corta diez artal de carne".[1]
Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y dijo: "Llévalo, ¡oh mandadero!" Y él lo llevó así, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: "Llévalo y sígueme". Y cargó otra vez con la espuerta y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allícompró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.
Entonces el mandadero dijo: "Si me hubieras avisado habría alquilado una mula para cargar tanta cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.
Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió, llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con chapas de oro rojo.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el rollo que la envuelve.
Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"
Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: "¡Entrad, y que la acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"
Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados.
En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y en el lecho había una joven demaravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: "¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.
Entonces la mayor de las doncellas le dijo: "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?" Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía.
¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"
Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:
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- "Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido”.
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- ¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas!
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- ¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!"
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: "¡Por Alah! A ti te debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
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- ¡Bebe este vino! ¡El es la causa de toda nuestra alegría! ¡El da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡El es el único remedio que cura todos los males!
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- ¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud". Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó quedamente estos versos:
¡Yo ofrezco a mi amiga[2] un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la caridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña: "¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?"
Y yo le digo: "Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo, mi sangre, y su mezcla en la copa, es toda mi alma!”
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó a a ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma[3] en el estanque y se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y extendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos: "¡Oh mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?"
Y contestó el mozo: "¡Ah ...! ¡ah ... ! ordinariamente suele llamarse la casa de la misericordia".
Pero ella exclamó: "¡Yu! ¡Yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?" Y le cogió del pescuezo y empezó a darle golpes.
Entonces dijo él: "¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva". Y repitió ella: "Tampoco es así". Y el mandadero dijo: "Pues tu pedazo de atrás". Y ella repitió: "Otra cosa". Y dijo él: "Es tu zángano". Pero ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: "Pues dime cómo se llama". Y ella contestó: "La albahaca de los puentes". Y exclamó el mozo: "¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alah! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!"
Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: "¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?" Y él dijo: "Tu grieta". Pero ella exclamó: "¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!" Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: "Entonces será la albahaca de los puentes". Pero ella replicó: "No es eso, no es eso". Y volvió a darle golpes. Entonces preguntó el mozo: "¿Pues cuál es su nombre?" Y contestó ella: "El sésamo descortezado". Y él exclamó: "¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado entre los sésamos! las mejores bendiciones!"
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: "Adivina su nombre". Entonces él le dijo: "Se llama, esto, se llama lo otro".
Y numerando con los dedos, decía: "El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias". Y por fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando, para que no le pegara más: "¿Pues cuál es su nombre?"
Y ella contestó: "El khan (la posada) de Aby-Mansur".
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestiduras y se metió en el agua. ¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: "¿Sabes, ¡oh soberana mía! cuál es su nombre?"
Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso". Y les dió a cada una un mordisco. Entonces dijeron: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso". Y a cada una les dió un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque se mueve". Y el mozo seguía negando, con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama, pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib, dijo: "¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur".
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oírle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras. Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer.
Las jóvenes dijeron al mandadero: "Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros". Pero el mozo exclamó: "¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo, que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alah!"
Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: "Hermanas, por vuestra vida, invitémosle a pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y además muy gracioso". Y dijeron entonces al mandadero: "Puedes pasar aquí la noche con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra". Y él respondió: "Así sea, ¡oh señoras mías!" Y ellas añadieron: "Levántate y lee lo que está escrito encima de las puertas". Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con letras de oro:
No hables nunca de lo que no te importe si no oirás cosas que no te gusten.
Y el mandadero dijo: "¡Oh señoras mías! os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Notas del traductor
- Artal, plural de ratl, peso que varía, según las comarcas, entre dos onzas y doce.
- En el texto original "mi amigo". Los poetas árabes, por eufemismo, usan casi siempre el género masculino al hablar de sus amadas.
- En árabe, se emplea la palabra alma, queriendo decir “uno mismo”, “una misma”, etc
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